martes, 8 de septiembre de 2009

Babeando endiabladamente


Todas las formas van surgiendo de un orgánico fluir de líneas. Algunas parecen querer enraizar aquí y allá, rizomáticamente. Pero apenas hechan unas raicillas, las líneas guías vuelven a brotar y se estiran ansiosamente intentando alcanzar nuevos bordes. Nervaduras y pinceladas se entrelazan para crear una trama continua, ávida de crecer y derramarse.



Enfrentamiento. Uno contra otro, otro contra uno. Atrapados en un abrazo mortal de fauces que muerden la carne. No alcanza el aliento. La lucha es por la supervivencia, por un minuto más de vida agotada, por un segundo más de tragar saliva, por un dejarse ir... suspirando. No hay tiempo de escapar, en la fusión se muere un poco. En la fusión la sangre galopa y golpea el pecho. En la fusión el fuego se enciende y se vuelve verde, y rosado, y frío y cálido, y un poco agrio, y un poco dulce, y un tanto áspero y un tanto tierno.



Desde algún lugar se hace la luz fría de luciérnaga encendida en la noche. Las alas desplegadas no pueden sostener un vuelo en línea recta. Se mueve lentamente, sinuosamente, entre garras afiladas que intentan desmembrarla, rasgarla en pedazos, romperla en fragmentos minúsculos. Una lengua azul liba la luz amarilla, como néctar refulgente y vital. Se esfuma en una bruma densa ¿la lengua no tiene dueño?

 Si los seres nocturnos que habitan pesadillas abrieran los ojos todas las noches, su brillo rondaría las almohadas tibias. En la soledad profunda del sueño la noche cuenta historias de miedo y sudores fríos. Los ojos mojados de antiguos llantos no pueden dejar de enrojecer y parpadear inquietos. No buscan otros ojos... se buscan a si mismos.



Completo las imágenes de la serie de pinturas acrílicas "Las babas del diablo". Hasta aquí he llegado por ahora. Tal vez continue babeando un poco más.

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